Francis Bacon (1561 – 1626) se dedicó durante su vida al servicio del Estado; fue nombrado consejero extraordinario de la Corona y alcanzó los más altos cargos jurídicos durante el reinado de Jacobo I (Bréhier, 1956). Su formación fue, por lo tanto, en leyes. Sin embargo, al tiempo que realizaba sus actividades vinculadas al ámbito público, se ocupó también en pensar la reforma de las ciencias. En efecto, entre sus muchas facetas intelectuales, Bacon es reconocido como el primero de los filósofos pos medievales en proponer un nuevo método para el proceder científico, alejándose del tradicional aristotélico (Rojo, 1992). Su trabajo estuvo atravesado por la idea de que el saber debía llevar sus resultados a la práctica, esto es, la ciencia debía ser aplicable a la industria y debía contribuir a aliviar el trabajo de los hombres y transformar sus condiciones de vida.
La obra más conocida de Bacon, el Novum organum (Nuevo órgano), se compone de una parte que pretende derrumbar la manera, heredada desde la antigüedad, de cómo hacer ciencia, en la que podemos encontrar su Teoría de los ídolos. Presenta, también, una parte constructiva que comprende las reglas de su nuevo método. A continuación, nos referiremos a la Teoría de los ídolos y al nuevo método propuesto por Bacon.
Para Bacon, el avance científico requería, como condición previa indispensable, el liberarse de las falsas nociones que ocupan el intelecto humano. De este modo, presenta su “Teoría de los ídolos”, estos son prejuicios o errores que los hombres cometen al interpretar la naturaleza y, por lo tanto, generan una equivocada perspectiva de lo existente, obstaculizando el avance de la ciencia en el conocimiento de las leyes naturales. Bacon lo expone del siguiente modo:
Aun cuando todas las inteligencias de todas las edades aunasen sus esfuerzos e hicieran concurrir todos sus trabajos en el transcurso del tiempo, poco podrían avanzar las ciencias con la ayuda de las prenociones, porque los ejercicios mejores y la excelencia de los remedios empleados, no pueden destruir errores radicales, y que han tomado carta de naturaleza en la constitución misma del espíritu. (Nuovum Organum, I, afor. 30[1])
No obstante resulte imposible deshacerse por completo de los ídolos ya que han echado “hondas raíces en la inteligencia humana”, conocerlos y saber en qué contextos emergen, es una manera de estar prevenidos para poder reconocerlos y evitar que interrumpan el avance del conocimiento. Así, Bacon introduce una clasificación de ídolos en cuatro especies: ídolos de la tribu, de la caverna, del foro y del teatro.
Los ídolos de la tribu están conectados a la misma naturaleza humana y a nuestra forma de entender el mundo. Se deben a que nuestro intelecto imagina una serie de paralelismos, conexiones, analogías y correspondencias que en realidad no existen. Es el intelecto el responsable de relacionar hechos y nociones, advirtiendo después una concatenación legítima entre ellos, por la única razón de que le resulta, a él, razonable o convincente. Bacon afirma que “el entendimiento humano es con respecto a las cosas, como un espejo infiel, que, recibiendo sus rayos, mezcla su propia naturaleza a la de ellos, y de esta suerte los desvía y corrompe.” (Lib. I, afor. 41) Un ejemplo de estos ídolos podría pensarse en el campo de los estudios lingüísticos, cuando ciertas teorías tienen una inclinación a considerar todas las lenguas humanas iguales, reduciendo al mínimo las diferencias entre ellas. La gran semejanza o diferencia es una imposición del espíritu humano frente a un reducido número de datos.
Los ídolos de la caverna (en referencia a la Caverna de Platón) son los propios de la naturaleza individual. Cada hombre vive en su propia cueva, en la que la luz de la naturaleza es refractada y alterada de modo que la noción de la realidad resulta alterada y moldeada. Esto sucede sea por la naturaleza de cada uno, por la particular educación y trato con los demás, por las lecturas realizadas o por los modelos de hombre que cada uno admira y cultiva en sí. Siguiendo nuestro ejemplo anterior, en el ámbito de la lingüística, podríamos identificar un ídolo de la caverna cuando, por ejemplo, un individuo que profesa la fe cristiana se inclina más por una teoría lingüística que presente al lenguaje como una facultad innata, no compartida con otras especies, que tiene su origen en la exaptación –como la teoría lingüística chomskyana–, ya que dialoga mejor con sus creencias religiosas; y no, por el contrario, considerar una teoría que presente al lenguaje como evolucionado de un sistema de comunicación más rudimentario (como el de otros animales) por medio de la adaptación –como es el caso de la lingüística sistémico funcional–, sin haber, previamente, indagado en las críticas y los alcances de cada teoría.
Los ídolos del foro surgen del acuerdo y de la relación de los hombres entre sí. Los hombres se vinculan por medio del lenguaje, y su sentido se regula en base al alcance de la inteligencia de la comunidad. Estos ídolos impuestos por el lenguaje son de dos especies: Hay palabras que poseen significado y, sin embargo, no denotan realidad alguna, mientras que otras algunas cosas reales están definidas de manera inadecuada o se usan confusamente. Este tipo de ídolos son los que Bacon considera como más peligrosos, por ser causa de disputas verbales y porque «los hombres creen que su razón manda en las palabras; pero las palabras ejercen a menudo a su vez una influencia poderosa sobre la inteligencia, lo que hace la filosofía y las ciencias sofisticadas y ociosas” (Lib. I, afor. 59). Entre la primera especie de ídolos impuestos por el lenguaje podemos proponer como ejemplo los términos “normal”, “común”, “Dios”, que poseen significado pero no tienen una referencialidad, al menos no exacta, en el mundo. Entre los segundos, podemos pensar como ejemplo el término “pueblo”, que, si bien en cierta medida denota una realidad, puede usarse de manera confusa o su significado puede manipularse de acuerdo al contexto.
Finalmente, los ídolos del teatro son aquellos que penetraron en el intelecto del hombre a partir de los diferentes dogmas de las filosofías y también a partir de las “perversas leyes de las demostraciones». Toda filosofía anterior es, para Bacon, una “pieza creada y representada cada una de las cuales contiene un mundo imaginario y teatral” (Lib. I, afor. 44). Asimismo, algo similar cabe decir, según Bacon, de muchos principios y axiomas de las ciencias que se han impuesto de manera irreflexiva ya que eran símbolos de autoridad. El autor afirma que la única autoridad que poseen dichas escuelas, teorías o axiomas científicos o filosóficos es la de ser construcciones verbales producto de un elevado talento, pero cuyo contenido es escasamente ilustrativo para descubrir las leyes naturales. Los Ídolos del Teatro se pueden clasificar en tres grupos: sofísticos (basados en falsos razonamientos, como los de Aristóteles), empíricos (basados en generalizaciones erróneas, como las de los alquimistas), y los supersticiosos (que se sustentan en la reverencia y el respeto a la mera autoridad, como el platonismo y el pitagorismo). Un ejemplo de ídolos del teatro podemos pensar en el campo de los estudios del lenguaje, en el caso de que a una comunidad de lingüistas hallen dificultad para hacer a un lado categorías que prevalecen de la tradición gramatical de una determinada lengua, para “volver a mirar” la lengua que están estudiando y poder avanzar con las investigaciones en una perspectiva diferente.
Tal como señalamos en el apartado anterior, Bacon reprocha el tratamiento que han recibido las ciencias tanto por empíricos, los cuales “semejantes a hormigas” se limitan a la enumeración de casos particulares y poco avanzaron en la construcción de leyes generales, como por racionalistas, a los cuales compara con arañas que sobre la base de muy poca experiencia caen en afirmaciones apresuradas y construyen sus teorías “como telarañas”. Para progresar en las ciencias nuevas, el autor propone que es necesario reconstruir enteramente el trabajo científico a partir de un instrumento igualmente nuevo que establezca grados de certeza, socorra a los sentidos limitándolos y proscriba el trabajo del pensamiento que se sigue de la experiencia sensible:
El solo camino de salvación que nos queda es volver a comenzar enteramente todo el trabajo de la inteligencia; impedir desde el principio que el espíritu quede abandonado a sí mismo, regularle perpetuamente, y realizar, en fin, como con máquina, toda la obra del conocimiento.” (Bacon, 1984: 2)
Este procedimiento innovador puede ilustrarse con la imagen de las abejas, siendo que estas recogen sus materiales de las flores para luego transformarlos:
Las ciencias han sido tratadas o por los empíricos o por los dogmáticos. Los empíricos, semejantes a las hormigas, sólo deben recoger y gastar; los racionalistas, semejantes a las arañas, forman telas que sacan de sí mismos; el procedimiento de la abeja ocupa el término medio entre los dos; la abeja recoge sus materiales en las flores de los jardines y los campos, pero los transforma y los destila por una virtud que le es propia. (Lib. I, Afor. 95)
La parte positiva del Nuovum organum tiene por finalidad el conocimiento de las formas cuya presencia producen las “naturalezas”. Bréhier (1956: 529) explica que, como Aristóteles, Bacon piensa que cada una de las naturalezas es la manifestación de cierta forma o esencia que las produce. Por lo tanto, a partir del conocimiento de la forma, se puede obtener el dominio sobre la propiedad.
Bacon sostiene que el trabajo de la ciencia requiere una “alianza íntima y sagrada” entre la facultad experimental y la racional. De este modo, se deberá partir de la observación de los hechos, por medio de la inducción. El autor propone, sin embargo, que una inducción legítima para el descubrimiento y demostración de las ciencias y de las artes estriba en separar la naturaleza por exclusiones. En otras palabras, la inducción se presenta como un procedimiento de eliminación, ya que la naturaleza que nos proponemos a observar se nos presenta mezclada entre otras naturalezas. Por lo tanto, el análisis de los datos debe ser gradual: se comparan los diferentes casos, se interpretan, se construye una primera hipótesis y se procede a la experimentación. Se deberá observar si la generalización construida tiene alcance solo sobre los datos observados o si tiene aún mayor alcance. En el segundo caso, se deberá examinar si se confirma su extensión a partir de la indicación de hechos nuevos que puedan servirle de garantía. Tras un largo trabajo se llegará a una hipótesis crucial, que, de verificarse, será la causa y la naturaleza del fenómeno examinado, y se construirá así una teoría general.
Como herramienta para organizar e interpretar los datos de la experiencia, Bacon propuso tres tablas: de presencia, de ausencia y de graduación. En la tabla de presencia se encuentran consignadas las experiencias en que se produce la naturaleza cuya forma se busca. En la tabla de ausencia se registran las experiencias donde tal naturaleza está ausente. Finalmente, en la tabla de graduación, se detallan las experiencias donde la naturaleza varía. Bréhier explica que el método inductivo de Bacon “consiste en todo y por todo en la inspección de estas tablas” (1959:532). En la comparación de las mismas serán eliminados de la forma buscada un gran número de fenómenos que acompañan a la naturaleza. En primer lugar, se eliminarán aquellos que no estén en todas las experiencias de las tablas de presencias; luego, de entre los que queden, se eliminarán todos los que en la tabla de comparación sean invariables cuando la naturaleza varíe. En último lugar, se deberán eliminar todos los fenómenos que en la tabla de comparación sean invariables cuando la naturaleza varíe. El resultado de estas eliminaciones será, finalmente, la forma. De esta manera, Bacon propone un método donde la inducción nos permita ir de casos singulares a proposiciones generales de una forma sistemática, para lograr un conocimiento seguro sobre la naturaleza.
Este método difiere de la inducción aristotélica, que se hace por enumeración simple y se limita a los casos que serían anotados en la tabla de presencias baconiana. Bréhier señala que el verdadero descubrimiento de Bacon en este ámbito sería la utilización de la experiencia negativa en el procedimiento inductivo.
Referencias
Bacon, F: Novum Organum. Aforismos sobre la interpretación de la naturaleza y el reino del hombre. Buenos Aires: Orbis. Hyspamérica, 1984
Bréhier, E. (1956): Historia de la Filosofía. Tomo segundo. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
Rojo, G. (1992): El artífice del método. Francis Bacon. México: Pangea.
Imagen: Nikolai Lutohin
(Este texto es un fragmento de un trabajo de filosofía para la carrera de Letras, escrito en 2017)
Mi nombre es Anabella, soy de Argentina y soy profesora de español y examinadora del DELE.
Tengo un grado en lingüística y literatura de la lengua española (Profesora de Letras), por la Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina.
Actualmente, además de dar clases de español, continúo mi carrera como lingüista haciendo investigación en gramática del español y variación lingüística en la Universidade Estadual de Campinas (Brasil).
Comparto mis escritos sobre literatura, lingüística y antropología en esta página web, además de mis unidades didácticas para aprender español.
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